Sé que muchos detestarán la referencia, pero en esta ocasión las palabras de Arjona describen con precisión  lo que algunos y algunas convierten en su práctica habitual. Entre los "logros" que alcanzan se destacan el dibujar sonrisas bajo la anestesia del engaño, simular el padecimiento de amnesia (por conveniencia), posponer el dolor que supone el enfrentamiento de la realidad en el ahora y evadir la responsabilidad y precio que implica la declaración de la verdad. Todo esto por creer (erróneamente) que es mejor decir lo que las personas quieren oír para conservar la paz momentánea antes que vivir una guerra llena de consecuencias. Teniendo esto como antecedente, ¿es probable que estemos obligando a la gente a mentirnos? Lo más seguro es que así sea.

Pensemos en los últimos 2-3 meses. ¿Cuántas sutilezas, eufemismos y mentiras blancas hemos dicho para quedar bien, evitar discusiones o tergiversaciones? Es posible que muchas. Y aquello básicamente sucede porque nos obsesionamos en cuadrar nuestras expectativas con la realidad; en nombre de la felicidad, por supuesto. Y como en la guerra y en el amor todo se vale, entregamos nuestros esfuerzos a "editar" el orden y las piezas que conforman nuestra vida para obtener lo que queremos. Todo sin darnos cuenta de que terminamos sacrificando algo mucho más importante que el beneficio efímero que nos otorga la mentira y eso es el placer de la honestidad.

Simple pero a la vez tan compleja, la honestidad sólo existe donde hay confianza y sólo ahí hay felicidad...


Post dedicado a mi "psicólogo" personal, incondicional compañero de vida, viajero acolitador en paisajes diversos, consejero imparcial y hombre sin reservas ni ambigüedades que me enseñó a escuchar la verdad como único camino hacia la construcción del amor que sí funciona: el 50% racionalizado 50% disparatado. Porque después de todo, seguí al pie de la letra el mejor de los consejos:

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