Es tarde

La parsimonia de tus pasos y la lentitud de tus palabras se redujeron a la inmutabilidad de unos ojos cerrados que no hacen más que emanar nostalgia de los momentos no compartidos. No porque así precisamente se quiera, sino porque la rutina nos hace priorizar otras cosas en la vida. Y entonces nos equivocamos. Trasladamos asuntos pendientes ajenos, a almas que ni conocemos. Hoy ese paradigma instalado en mi cerebro cobra su factura al mostrarme tu rostro inmóvil y carente de la poca vida que te quedaba de tanto trabajo empeñado a cambio de estabilidad. Me pregunto si además de sacrificarte por eso, ¿acaso perseguiste alguna vez la felicidad? Son muchas las historias que cuentan de ti, pero sobre aquello nada. Por ahora sólo sé que si no tuviste un sueño para luchar, yo conservaré algo de ti en el mío: ser maestra. Así cuando se me gaste la voz al final del día, pueda recordar las veces que te vi saliendo de clases, con guayabera blanca, mucha hambre, pero sonriente por la satisfacción del deber cumplido. Así como hace quizá 20 años cuando invertías noches enteras sentado en ese viejo escritorio en el pisito de madera. Desde entonces, poco o nada te conozco. Ni en fotos te tengo. ¿Qué pasó, abuelo? La mayor de tus nietas te reclama. Pero es tarde. Tú ya casi te has ido. Y yo calmo mi impotencia con las mejores compañeras de mi vida. Las que siempre me acompañan. Mis palabras.

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