El primer amor de mi esposo

Nadie transpira tanta pasión como aquel que vive enamorado. Unos tenemos amores terrenales que se roban nuestros corazones para luego reciclarlos; pero otros en cambio tienen aventuras con fenómenos tan místicos como el mismísimo significado del amor. Uno de esos es mi esposo. Camaleónico por naturaleza, su espíritu Darwiniano lo ha llevado a transformarse en muchas personas para convertirse en lo que hoy es.

Por más de cinco años, un día " normal" para él ha incluido los roles de psicólogo, mago, analista, vendedor de tienda y hasta mecánico; mientras que por la noche es únicamente esa máquina parlanchina que habla de dos temas que para él son fundamentalmente universales: las marcas y por supuesto, el fútbol. Hoy, después de casi cuatro años de conocerlo, para mí sigue siendo un misterio cuál de esos dos fue su primer amor. Pero lo que sí tengo claro es que probablemente nadie en este universo podría aguantar como yo esas largas horas de discusión sobre todo y sobre nada.

Es esa complicidad que nos une cada vez que salimos de un sitio y lo primero que hacemos es un balance del entorno, las situaciones y dinámicas involucradas en una visita familiar o una simple compra en alguna tienda. Es ese algo que no se verbaliza pero que las personas a nuestro alrededor siempre notan: estamos conectados de pensamiento incluso cuando estamos alejados en un mismo lugar. Es ese algo por el que me casé con él.

Por eso cuando me preguntan por qué lo hice, mi respuesta es que casarse es lo mismo que buscar un socio para montar una empresa: esa persona tiene fortalezas que tú careces y juntos trabajan en un proyecto de vida que dura por el resto de los días. Y eso es precisamente lo que hice con ese hombre del que no soy su primer amor, pero sí el último.

"Prefiero vivir una vida mortal a tu lado,
que enfrentarme a todas las Edades de este mundo sola..."

Alguna de mi ropa favorita ya no me queda. Aparentemente mis muslos me han declarado la guerra; silenciosos y rebeldes, creo que decidieron ensancharse un poquito más cada día, reforzando en mi cuerpo 'petite' la apariencia graciosa de una pera bebé, de esas extremadamente dulces que venden en el mercado. Y mis pantorillas, esas sí que no dan tregua: se mantienen tan delgadas como cuando tenía 12 años; al igual que todo lo que conforma mi tronco.
Pero a pesar de esa figurita desproporcionada que manejo, adoro mis shorts dominicales. Los vestidos también me gustan, pero asumiré que después del episodio en el que supe que ya no soy small sino medium, la mayoría de los que cuelgan en mi armario pasarán a mejor vida con mi hermana menor. Lo mismo aplica para mis jeans, de los que siempre desbordan unos rollitos en la parte trasera de la cadera. Estoy tan acostumbrada a ellos que ya creo que es hora de ponerles un nombre.

Hay tantas oportunidades de buscarme defectos, como cuando todos los días veo mis huesudas y pequeñas manos en las que no luzco ni un anillo porque no comercializan de mi talla. O cuando recuerdo mi cicatriz en la rodilla izquierda por esa decisión no tan sabia de apoyarme en un lavadero cuando tenía ocho años. O mis pies, tan feos que procuro usar flats hasta en la playa.

Pero esa para mí no es una forma aceptable de vivir. Mi felicidad está en disfrutarme. Cada peca de mi rostro, cada centímetro de mis pestañas, cejas y cabello, incluso mis acentuadas ojeras y el piercing rezagado en el ombligo que se negó a cerrarse. Lo que hay, lo que falta y lo que sobra. Absolutamente todo cuenta en la lista de los ítems por agradecer en las mañanas. Porque prefiero eso a medir las calorías de cada comida, soportar cirugías o estar pendiente de lo que dice mi "personal trainer" de mis medidas. Yo soy yo en cualquier tamaño y peso. Por eso creo que quizá si más peritas bebés aprendieran a amarse, habría menos redes sociales llenas de dietas, detalles de rutinas de ejercicios y logros crossfiteros. Pero sobre todo, morirían los absurdos lamentos de gente que mientras come, llora por el carbohidrato que hoy no le tocaba.

Moraleja del día: disfrutar más y quejarse menos del cuerpo porque es un disfraz temporal para el alma. Nadie es los kilómetros que corre, sino la calidad de huella que deja en ellos.

¿Cuántas veces en la calle no vimos a un par de enamorados melosos y afirmamos con toda certeza que lo más seguro es que tendrían recién un par de meses saliendo?

Nuestro prejuicio de que sólo un amor novato puede ser así de espontáneo nos sesga tanto que sin saberlo conscientemente, terminamos siendo 'grinchs'. Esto por supuesto se hace presente con el tiempo y viene auspiciado por los característicos cumpleaños, bautizos y demás celebraciones familiares que cada fin de semana ocupan la agenda sin dejar espacio a la aventura.

Con ese antecedente, me planteo la hipótesis: ¿De compromiso en compromiso se llega a la rutina?
La forma más sencilla de buscar evidencia sería allá afuera, en la calle, donde pasean los amigos, novios, amantes, esposos, unidos, viudos o separados. Pero nuevamente caeríamos en el prejuicio anteriormente descrito. ¿Cómo resolverlo?

A mi lado descubro la respuesta. El hombre que escogí como compañero de vida habla con mis tíos. Sonriente, con sus zapatos y cinturón nuevos, comenta sobre aquello que respira noche y día: fútbol. Entonces el día termina bien a pesar de todo. Y entiendo que más allá de lo tediosos y aburridos que pueden ser los compromisos, está lo que construyes en cada uno de ellos... Con él... Que disfruta vivirlos contigo :)

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